Marionette se levantaba lentamente del sillón, el reloj apuntaba media tarde y el café estaba casi listo. Le esperaba un grandioso atardecer cubierto con envolturas de dulce. Todo el cielo estaba caído con nubes medios rojas y el sol ya habíase ocultado entre las rocas de mar. Marionette muy pálida esperaba a su hidalgo de algodón a que le llevara una ramita de árbol a su guarida de galleta.
Salió a su patio trasero donde estaban sus gatos celestes ronroneando Mozart, y Marionette danzando se les acercaba con sus manitos de cuchuflí y los acariciaba pegajosamente.
Pasada media hora, sus pies de masilla ya se habían congelado y su campana de goma, como siempre, no sonó. Él estaba algo harto de buscarle un sonido a esa campanita tan pequeña y comenzó a golpear la puerta.
¿Para qué tienes una campana si no suena? ¡Me desespera venir a verte!- le decía enojadamente su amado. Ella al igual que todas las tardes le contestó con una sonrisa tímida y se fue corriendo a esconder en un rincón. Siempre era así y se entretenían; él buscándola y ella ocultándose. Ya se había obscurecido por completo y los dos, después del jueguito, se recostaron en una hoja y miraron las estrellas fugaces. El hidalgo le preguntó: “ tú sientes cuando beso tus labios de canela?” Y ella no contestó. Se la habían comido las hormigas.
Fin.