Cuando bajé los escalones para dirigirme al metro, de repente me vino un breve presentimiento.
Asustada me alejaba de la gente; sentía que estaba siendo observada; todos querían pegarme, no sé, era extrañísimo.
Esperé sentada a que llegara el tren. Cuando lo vi a lo lejos, me levanté lista para tomarlo; pero siguió de largo y no quedaba nadie ya a mi lado. - Creo haberme distraído un poco- pensé.
Fui a sentarme nuevamente para esperar el siguiente; no llegaba nadie.
Al acercarme a la orilla, sentí un vientecito que me rozaba, pero me dio lo mismo. Luego alguien me empujó. Asustada grité, "¡Imbécil!". Mucha gente me quedó mirando; ¡toda esa gente que ya se había ido!...
Me puse a llorar como nunca y una señora se me acercó diciéndome -"¡Lunática!..., el metro te está esperando, ¡súbete!"; "pero si aún no llega", le contesté confundida. "Déjenme en paz".
Esperé y esperé, todo un infierno. Nunca llegó el metro y la gente aparecía y desaparecía cada vez que se me acercaba el vientecito. Siempre las mismas personas.
Esos tres minutos fueron un infierno.
viernes, 31 de julio de 2009
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